jueves, 9 de septiembre de 2010

La habitación de humo


Fumando pensamientos, bebiéndome el amargo néctar de la soledad, esperaba en aquella habitación cerrada, pequeña y tenue. Sin ventanas. El humo iba alcanzando todos los rincones mientras masticaba las horas y devoraba los minutos. Una densa niebla producto de los desechos humeantes de mi mente, que surgían serpenteantes de mi boca.

Había momentos en los que los muebles parecían aparecer y desaparecer a su completo antojo, y de los rincones emanaban sombras que se convertían en feroces monstruos que me atormentaban hasta la locura. Ya no veía, no veía más allá de mí. No podía apreciar el rasgado papel pintado vintage que cubría la pared, acaso adornándola. No podía divisar los bordes puntiagudos de los muebles viejos que se erguían allí, si acaso los había. Ya no lo recordaba, porque no los veía, podría haberlos imaginado. De hecho, ya no recordaba nada, sólo la maldita espera. ¿Qué era lo que estaba esperando? Seguí bebiendo, y me emborraché a soledad. Seguí comiéndome el tiempo, y me empaché de momentos vacíos… Hasta que el silencio amenazó con asfixiarme. ¿Qué era lo que estaba esperando?

Mis propios pensamientos desesperados se retorcían, grises, eran como serpientes, girando y moviéndose al azar por la habitación, reptando… Eran ya tantos que chocaban una y otra vez entre ellos. Pero lo peor de todo era que me impedían ver lo que había más allá de mí, dentro de aquella habitación oscura y diminuta, aquella habitación que era como mi segundo cuerpo. Estaba cegada, no sabía exactamente cuánto tiempo había pasado allí. Respiraba humo blanquecino y lo exhalaba grisáceo, oscureciendo cada vez más el ambiente, ahogándome sin poder remediarlo…


Y el día me trajo horribles visiones, visiones que jamás hubiera podido imaginar en un delirio de la mente. Visiones de ultratumba, visiones que sólo podrían explicarse por efectos alucinógenos de bebidas más peligrosas que la absenta... No hay cosa más horrible para el hombre que tener pesadillas, despertar, y darse cuenta de que prefiere volver a dormir. Hay veces en la vida, en que uno siente que es feliz, que no quiere soñar ni lo necesita, porque la realidad supera sus sueños. Y hay ocasiones en las que uno no quiere despertar… porque sus pesadillas son, en parte, el alivio de su cruel realidad…

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