miércoles, 6 de enero de 2010

La nada


Ya es 2010, ya me vale... hace unas entradas atrás (concretamente esta: http://theatre-of-solitude.blogspot.com/2009/07/miedo-al-infinito.html)
dije o prometía que escribiría un relato. Según esta entrada, sería al estilo de
mi querido Edgar Allan Poe... y aunque el resultado creo que no se asemeja
demasiado... no puedo intentar imitarle, es uno de los grandes, y yo una simple
escritora a ratos libres de ideas descabelladas.
Os expongo aquí el resultado, pero os pido
ayuda... necesito un final xD (sí, tanto tiempo de demora sólo por el maldito
final que aún no tengo). Cuando lo leais ya me diréis, no os adelanto nada ni os
digo ninguna de las opciones que tenía pensada... espero vuestras ideas. Y ya lo
escribiré. Es un pelín largo (8 caras en word... pero bueno, tomaros vuestro
tiempo xD). Dicho queda todo, sólo falta el texto en cuestión.
Nunca antes me había hallado tan absorta contemplando el horizonte... tan extenso, tan infinito. Es una gran sensación de pequeñez, de terror absoluto, que hace que nuestro cuerpo libere adrenalina, por lo que quizás resulta hasta adictivo. No conozco la situación del resto de la gente frente a la nada, pero a mí personalmente, me aterra.

Mi reflexión sobre todo ello comienza cuando estaba de vacaciones en un crucero por el mediterráneo. Era uno de esos viajes con mucha gente, y muchos espectáculos, y un servicio excelente, y largas noches de discoteca…

Un día decidimos ir a ver el mar, por la noche. Nos juntábamos un grupo de amigas para ir a todos los sitios, éramos compañeras de habitación, otras simplemente eran amigas de la habitación de enfrente. Todas habíamos venido en el mismo gran grupo de gente, y aún en toda nuestra estancia en el barco no habíamos disfrutado de las vistas del mar surcado por el gran navío.

Aquella noche merodeábamos por la terraza, pero íbamos por dentro, los laterales estaban cubiertos por paredes, pero se podía salir afuera. Ya desde que mirabas las ventanas por la parte de dentro, no alcanzabas a observar nada más allá que tu reflejo. Los cristales no permitían que nuestra vista alcanzase a ver algo más, por mucho que te acercaras e intentaras hacer sombra con las manos. En ese momento decidimos asomarnos a ver cómo surcábamos los mares…

Fue terrible. Tan pronto como dejamos atrás las ventanas, con sus cristales reflejantes, nos encontramos ante una gran masa negra donde no se distinguía el horizonte. El cielo y el mar se habían unido en un increíble color negro, pero no un color negro corriente, perceptible por el ojo humano, sino en un color que no era color, no era nada. Fue como si el planeta Tierra tal y como lo conocemos, desapareciera al traspasar la escotilla del barco. Un gran agujero negro. Si uno posee algunos conocimientos de física, puede saber que el negro no es más que la ausencia de luz o color, en este caso sinónimos, pues absorbe todo espectro luminoso, sin reflejar ninguno. Lo que contribuye a la sensación de agujero negro que aspira todo lo que se interpone a su paso.

Lo que lo hacía mucho más fiero y temible era el perfecto silencio. No se escuchaba el rumor de las olas, puesto que no las había, y aún me pregunto cómo era capaz de ocultarse el sonido que haría el barco al surcar el agua, pues ésta debería salpicar… pero no lo hacía. Incluso ahora me estremezco cuando lo recuerdo, es como si hubiera estado realmente frente a la nada.
Mis compañeras, nada más asomarse, se echaron atrás y se quedaron en el límite donde acababan las paredes con cristales y se abría paso el pasillo de la escotilla. Pero en mi caso, el terror no hizo más que alentarme a que me acercara cada vez más. Es cuando comienzas a andar, despacio, que te percatas de que el suelo se mueve, de que estás en un barco, y su vaivén te afecta. Con el terror y el control que deseas tener sobre ti para evitar añadir factores al miedo, el movimiento de vaivén es un gran problema. Te intentas aproximar despacio, como si intentaras robarle algún objeto preciado a un animal gigantesco para no despertarle. Un paso en falso, un crujido, y estás muerta. Aquel maldito vaivén, seguro inspirado por el mismísimo diablo para hacerte caer en las inmensas e incorpóreas manos de la nada…

Comencé a andar hacia la barandilla, desde ahí podría observarlo todo… o nada, paradójicamente. El viento tampoco ayudaba, era otra inestabilidad. Como si me hallara en estado de trance o hipnosis, mi paso era decidido, deseaba llegar hasta el fin. Mis ojos recorrían todo mi campo de visión, intentando escudriñar aquella gran masa negra en busca de alguna señal que me tranquilizara y me asegurara que no me estaba acercando a la nada misma. Pero no encontré rastro de esas señales.

Mi cuerpo dejó de responderme conforme llegué a un cierto punto de aproximación. Era una señal de alarma, el miedo me impedía avanzar, la nada se hacía más grande a mi vista, y el mundo parecía quedar atrás. La sola idea de haber tropezado y caer al vacío me impulsaba a dar la vuelta corriendo. Pero no quería hacerlo. Quería seguir, quería vencer al miedo.

Pero no pude. No podía avanzar, mis piernas no me respondían y mis rodillas se flexionaban, como si de un gran embrujo se tratara, con fin de acabar arrodillada frente a la nada. Quizás fue la nada la que quiso que me arrodillara ante ella, no lo sé. Mi pecho estaba tan oprimido que iba a romper a llorar en segundos. Fue entonces cuando hice lo que mi cuerpo hubiera querido que hiciese desde el principio: salir corriendo.

De rodillas y arrastrándome como pude para no perder tiempo, como si el diablo mismo me persiguiera, conseguí alzarme y corriendo me refugié detrás de las paredes acristaladas, agarrándome a ellas como si pudieran salvarme de todo mal. Y por fin respiré hondo. Me tranquilicé en un momento, a velocidad increíble, mientras progresivamente iba recobrando el afán por volver a asomarme y contemplar la nada. No sé por qué, pero quería hacerlo. Como si de un reto se tratase.

Mis amigas pensaban que estaba bromeando y exagerando. Ellas no se acercaron, no sintieron el terror en sus carnes, no se imaginaban que mi reacción había sido completamente normal. Yo creo que simplemente pensaban que estaba loca.

Me decidí a hacerlo de nuevo, está vez más decidida y con paso firme sin pensar en el vaivén del barco, con las manos estiradas para intentar agarrar la barandilla tan pronto como pudiera para poder sentirme más segura. Pero tampoco fui capaz de lograrlo. Otra vez con fuerza sobrehumana, fui retenida y no pude avanzar, y de nuevo huí despavorida hasta mi refugio. Y así un par de veces más, mientras escuchaba de fondo las risas divertidas de mis amigas, que observaban mi espectáculo, pensando que todo era simple teatro.

Después de la horrible experiencia, no podía sino pensar en el poder de la oscuridad que había impedido que contemplara el mar. ¿Cómo no había sido capaz de hacerlo? ¿Acaso temía a la oscuridad? Jamás antes me había pasado algo parecido. La oscuridad me relajaba, me permitía reflexionar… No me aterraba, o eso era lo que conscientemente quería pensar. Me frustraba pensar que no había podido ser capaz… Me avergonzaba no haber sido lo suficientemente valiente, pues algo irracional me impedía avanzar hasta ello. Algo irracional superior a mi voluntad. Y sólo hay algo superior a la voluntad de uno, y eso es el terror.

Quizás no fuera el terror a la oscuridad… quizás fuera… a la inmensidad, a aquello que parecía la “nada”, lo infinito… Sí, quizás fuera aquello.

Esa noche tuve horribles pesadillas. Mi inconsciente parecía estar acosado por la idea de ser tragada por la nada, de desintegrarme en el infinito. ¿Era eso posible? ¿Qué pasa cuando caes en la nada? Si es la nada, no puede haber cosa material en su interior, si un ser material como yo fuera absorbida por la nada, es necesario que fuera convertida en nada, por lo que con alta probabilidad mi cuerpo material se desintegraría. Pero podría ser la nada algo (que no es algo ya que no es nada) infinito, un lugar tan inmenso como no puede concebir la mente humana, donde la materia se encuentra tan dispersa que se puede decir que no hay tal materia, aunque la hubiera… Es muy complicado de entender, puesto que el infinito es un concepto inventado por el hombre para designar todo aquello que no alcanzamos a comprender con nuestra mente; que no podemos medir, estimar, o incluso hacer una idea mental del mismo. Es algo tan perfecto, tan inmenso, que no puede existir idea de ello en nosotros.

El mar esa noche estaba agitado, el vaivén del barco proporcionaba un balanceo que daba sensación de cosquilleo en el estómago. Permanecía tumbada, boca arriba, en mi cama. No podía dormir, me asaltaban terribles pesadillas que se confundían con la realidad, pesadillas en las que la nada me tragaba. Me despertaba sobresaltada y con sudor frío en mi frente. Al contrario que en otras ocasiones en las que había tenido pesadillas, no me desperté con la sensación de que el peligro ya había pasado. No tenía la sensación de que me encontraba a salvo. Era como si supiera a ciencia cierta que aquello iba a ocurrir de verdad. Me invadía una sensación de intranquilidad que torturaba mis nervios… que me impedía volverme a dormir.

Miré a mi compañera de camarote, dormía plácidamente; de hecho había caído en un plácido sueño enseguida, pues a los pocos minutos había intentado entablar conversación con ella y no obtuve respuesta. Me había quejado en voz alta: - Con este vaivén no hay quien duerma, ¿no?- Y me quedé esperando su respuesta, que no obtuve, pues dormía profundamente. Llegué a la conclusión de que el balanceo le había producido más sueño. Ahora la volvía a mirar. Nada. Y la envidié por poder dormir, y maldije el momento en que se me pudo ocurrir asomarme a la nada, y atormentar así mi mente y mi cordura.

En ese momento en el que me encontraba incorporada después de haber despertado sobresaltada de la pesadilla que se repetía una y otra vez, como anunciando un designio del destino, fue cuando percibí movimiento en el camarote contiguo; escuché pisadas, pues todo estaba en completo silencio. Eran pisadas firmes, a ritmo constante. Aquel camarote estaba ocupado por otras dos de mis compañeras de viaje. La curiosidad se despertó en mí, y tuve un grave presentimiento. Escuché como se acercaba cada vez más a la puerta, decididamente y sin vacilar. Mis oídos estaban completamente centrados en averiguar el siguiente paso de mi compañera. Cuando giró el picaporte y abrió la puerta, no dudé y salí de mi cama en su búsqueda. Le iba a preguntar a dónde se dirigía. Si no podía dormir, como yo, al menos nos haríamos compañía una a la otra y evitaría volver a caer en la misma pesadilla que me tenía aterrada.

Me apresuré a la puerta de mi camarote; iba en camisón, pero a las horas que eran no habría nadie merodeando por ahí. Abrí la puerta y asomé la cabeza para ver con cuál de mis dos compañeras compartiría una parte de mi noche. Era Carla. La vi avanzar por el pasillo con el mismo paso firme y rítmico. Sin salir de la habitación, con la intención de decirle que se viniera a hacerme compañía, la llamé en voz baja, para no molestar a ningún otro pasajero del barco. Pero no me contestó. Entonces salí y cerré la puerta con sigilo, dispuesta a ir detrás de ella y acompañarla a dondequiera que fuese. Corría hacia ella. - ¡Carla! ¡Carla!- insistí para que mi presencia no la asustara. Pero seguí sin obtener respuesta.

Un fatal presentimiento rondó mi mente. Carla era sonámbula. Debía despertar a las demás, yo sola no sabía cómo actuar en estas situaciones. Un despertar muy brusco y podría darle un ataque al corazón.

Me dirigí de nuevo hacia el camarote, volviéndome de vez en cuando para que Carla no desapareciera de mi vista. Giré el pomo, pero la puerta estaba cerrada, y no tenía la llave, me la había dejado dentro. Toqué con los nudillos y esperé respuesta. Silencio. Carla seguía avanzando por el pasillo. Volví a tocar, de manera insistente, susurrando que era yo, para que mi compañera no se asustara. Pero seguí sin obtener respuesta. Dirigí mi mirada en dirección al pasillo por el que Carla andaba… Pero ella ya no estaba allí.

En un momento de confusión, decidí que me las apañaría sola con Carla. No podía perder el tiempo llamando a las demás. Cuanto más esperara, más la perdería de vista; así que recorrí el pasillo tan rápido como pude. Iba descalza y la alfombra que cubría el suelo era áspera, molesta. El camisón semitransparente que llevaba, con la velocidad, se levantaba, dejando ver mi ropa interior. Pero eso ahora no importaba. Llegué al final del pasillo, allí me di cuenta que Carla podía haber tomado las escaleras o el ascensor, y tanto para subir como bajar. No me había parecido escuchar el ascensor. Tomaría las escaleras. Lo más lógico habría sido que descendiera puesto que resulta más fácil y eran las escaleras que estaban más cerca del pasillo. A la misma velocidad con la que había atravesado el pasillo, bajé las escaleras, mirando en cada piso a izquierda y derecha, a lo largo de todos los pasillos de los camarotes. Al menos –pensaba- mientras se encuentre en las plantas inferiores no puede pasarle nada.

El tiempo pasaba, y yo seguía buscando a Carla, cansada, con el pulso acelerado y la respiración agitada. Me aferré a la barandilla y miré hacia arriba. Vi una mano en la barandilla, muchos pisos más arriba. No sabría decir cuántos, en ese momento tampoco lo supe, no iba a perder el tiempo contándolos, mientras ella seguía subiendo. A toda prisa, tomé las escaleras de nuevo, esta vez en sentido ascendente, mirando que su mano siguiera sobre el pasamanos.

Sólo me separaban dos pisos de ella, su mano seguía en la barandilla. Un piso. Vuelvo a mirar, su mano ya no estaba. Un piso más. Aquí tendría que haberse parado, pero no la veía. Estábamos en la parte inferior de cubierta. Podía estar en cualquier parte. El peor de los presentimientos volvió a acosarme. Carla podía tropezarse, o incluso saltar la barandilla que separaba al barco de la inmensidad del mar, y perderse en su inmensa oscuridad. De pronto me quedé paralizada de horror. El recuerdo de la nada de la noche anterior torturaba mi subconsciente. Intenté no pensar en ello de nuevo.

¿Y a dónde debía ir ahora? Podía haberse ido por la izquierda o por la derecha. Estar sentada en medio del suelo, tendida, inmóvil. Pero podía haberse caído a la piscina que había en medio de cubierta, y estar ahogándose en este mismo instante. O estar a punto de tirarse por la borda. Sentí que mis fuerzas me dejaban, flaqueaban, pero intenté pensar que nada malo había ocurrido… aún. Salí por la derecha, miré a uno y otro lado, divisé la piscina, cercada por unos cristales reflectantes. Fui corriendo. Ella no estaba allí.
Volví a mirar a mi alrededor, pero no veía bien el exterior, los cristales reflejaban la luz de la luna, sólo dejando observar algunos rasgos de oscuridad de aquello que se situaba detrás de ellos. La oscuridad misma. A pesar de no ser creyente, rogué a Dios que ella no estuviera allí detrás. Miré hacia la cubierta superior, por si había subido, pero tampoco la vi. ¿Dónde podía estar? ¿Y si había tomado escaleras abajo mientras yo pensaba que se había quedado en este piso? Estaba completamente confusa y desesperada.

Un trueno estremecedor. La tormenta nos había alcanzado. El mar seguía embravecido como durante toda la noche, pero ahora la lluvia helada también bañaba la cubierta del barco. Relámpagos que daban la impresión de hacer aparecer figuras fantasmagóricas durante dos segundos, después… oscuridad otra vez.

Temía por Carla, la desesperanza de encontrarla me llevó a vigilar para que al menos no cayera por la borda.

Un relámpago, una visión… El pelo negro ondeante de Carla y su camisón blanco… en la barandilla del barco. Dejé de verla. Me dirigí con paso torpe y rápido, al lugar donde la había visto. El oleaje me hizo resbalar y caer hacia delante. Una mirada al lugar donde la había visto, aún no podía adivinar si había sido una visión producida por mi inconsciente, por mi mente cansada o si era real.

Un nuevo relámpago. Carla estaba ahí, con los brazos extendidos hacia los lados, como disfrutando del violento viento. Dejé de verla de nuevo. Me levanté lo más rápido que pude y seguí corriendo en su dirección. Mi respiración agitada, sudor frío por mi frente. El mal presentimiento hacía mella en mí cada vez con más inminencia. Una sensación de peligro, y de terror. Mientras seguía corriendo, el miedo volvió a tomar control sobre mí. Una imagen: la inmensa oscuridad tragándose a Carla. El miedo hizo que me temblaran las rodillas.

Ya casi estaba a una zancada de poder agarrarla del brazo. No veía nada, sólo la oscuridad. Tenía que vencer el miedo, tenía que salvar a Carla, pero no podía. Me flaquearon las fuerzas y caí de rodillas, como la primera vez, y como todas las demás. La oscuridad intentaba retarme, me incitaba a que superara mis miedos, y para ello intentaba llevarse la vida de Carla. Temía que un nuevo relámpago me revelara que ella ya no estuviera allí. El horror era insoportable. De un impulso, estando aún de rodillas, estiré un brazo y me así a la barandilla de cubierta. Miré hacia arriba, pude ver a Carla porque me encontraba muy cerca de ella. Sólo un movimiento más, y la tendría a salvo entre mis brazos. Fue entonces cuando el vaivén del barco se hizo más pronunciado. Carla perdió el equilibrio, un relámpago me reveló su cuerpo en el mismo instante en el que ella estaba suspendida en el aire a mi altura. Lo más rápido que pude, la así por entre los barrotes de la escotilla de su fino camisón mientras aún el terror me mantenía arrodillada ante su poder.

El camisón se me iba escurriendo, lo agarré también con la otra mano, pero no podría aguantar mucho, y menos de rodillas. Comencé a llorar. Sí, lloraba como una niña pequeña inmóvil y aterrorizada. Gritaba a la vez: ¡No! ¡Carla, no te caigas! ¡Despierta, por favor!... Lo único que podía hacer era sollozar.
- ¡Lo admito! ¡Tú ganas! ¡¡Tengo miedo!! –dije entre el llanto. Conforme el camisón de Carla se me iba escurriendo de mis manos temblorosas, y me daba cuenta de que no podría salvarla, mi llanto aumentaba de volumen. La locura había hecho presa de mí. La vida de Carla se me estaba escurriendo de las manos y no podía hacer nada. En un último acceso de valentía, saqué fuerzas de flaqueza y me incorporé, asiendo con más fuerza su camisón, las lágrimas me emborronaban la vista y el vaivén del barco me desestabilizaba…

Fue entonces cuando ocurrió, cuando resbalé. La barandilla del barco casi me parte el brazo. Al sentir dolor, en un acto reflejo, solté el camisón de Carla… y cayó en la inmensidad del océano, en aquella horrible inmensidad completamente negra e infinita. Mi desesperación fue infinita y el miedo por fin, consiguió vencerme. Tendida en el suelo, llorando… me sentía culpable de que mis miedos hubieran costado la muerte de Carla. Porque había sido por mi culpa, había sido tan estúpida como para dejarme vencer por un miedo irracional. ¡Una vida! Ni más ni menos que una vida se había cobrado “la nada” para demostrarme lo frágil que era. Yo que creía que no había nada que realmente me diera un miedo tan irracional como para no actuar en situación extrema, y ahora estaba vencida, y no había vuelta atrás, y Carla no iba a volver. ¿Qué iba a decir? No pude salvarla porque me dio miedo el mar, porque no lo veía, ni lo oía, porque la idea de que fuera infinito me aterraba. No podía aguantarlo. Las lágrimas brotaban de mis ojos y no me dejaban ver con claridad. Todo parecía irreal, y deseé que lo fuera.

Fue entonces cuando me percaté de que hacía frío, el viento de la tormenta era un viento helado, y empecé a temblar en espasmos violentos. Mis fuerzas estaban al mínimo, me sentí desfallecer… y todo se oscureció.

Me despertaron unas voces. Aún no veía nada, y casi no podía moverme. Me parecía escuchar desde la lejanía cómo alguien me llamaba. Su voz tenía un tono preocupado y urgente. Intenté contestar, pero mis labios no se movieron. Entre varias personas noté cómo me levantaban y me transportaban. Notaba el sol en mi cara, pero tenía mucho frío. Creo que volví a perder la conciencia, pero cuando volví a escuchar voces y a sentir la presencia de otras personas estaba en una bañera. El agua caliente me reconfortaba enormemente, aunque no conseguía aún aliviar el frío que mi cuerpo albergaba en su interior. Escuchaba a la gente comentar sobre mi estado: “Está congelada, quizás no sobreviva” “Es una hipotermia, no sé si habremos llegado a tiempo, no responde” Mi corazón latía débilmente, lo escuchaba y lo sentía palpitar en la cabeza, lo que me producía un terrible dolor. La sangre parecía que en este momento volviera a fluir de nuevo. Aún no era capaz de abrir los ojos, pero mis pensamientos empezaban a fluir, a recordar... y era doloroso. ¿Había podido salvarla? Necesitaba abrir los ojos, pronunciar lo que quería decir, saber qué había sido de mi compañera, aunque temiera la respuesta.