viernes, 10 de mayo de 2013

La lectura, esa actividad aburrida para intelectuales.

El acercamiento a la lectura se ve obstaculizado por ese aire intelectual que se le da a todo lo relacionado con ella.

Hoy, viendo un “magazine” digital en formato de vídeo, una especie de miniprograma de 9 minutos y pico, un señor de nula expresividad en la cara y un tono de voz monótono nos hablaba sobre las bondades de Javier Marías. Es un gran escritor, y aparte de cargar con unos genes notables, seguramente se haya criado en el medio idóneo para dedicarse a la escritura o el ensayo.

Todo esto junto con algunas recomendaciones personales de su obra nos las transmite el mismo tipo, en 7 minutos, a veces trabándosele ligeramente la lengua, con una entonación totalmente lineal y manteniendo muy poco contacto visual con la cámara. Para tratarse de recomendaciones personales, más parecía que estuviera leyendo la lección de un libro de texto. Por favor, espero que no se haga profesor, por el bien de los estudiantes.

El escenario era su despacho, y la música del programa era algo sosa. Sinceramente, me ha hecho pensar: ¿Quién quiere leer si se le presentan las puertas de este mundo tan aburrido? Leer no es aburrido. Es cierto que tiene cierto componente intelectual, pero también se puede leer por diversión. De hecho, lo que suele ocurrir es que ambas actividades son compatibles, por inverosímil que le suene a alguna gente. Y suena inverosímil porque les presentamos esta clase de discursos aburridos sobre argumentos e intenciones literarias.

Si de algo tiene poder la palabra escrita, es de llegarnos hasta lo más profundo de nuestro ser, desde una carta de amor hasta una crítica mordaz a nuestro trabajo. Normalmente la lectura tiene un grado de implicación personal bastante grande y después de un tiempo, lo que queda, lo que recordamos mejor, es cómo nos hemos sentido, y no alguna cita en concreto o si tal escena iba un capítulo antes que tal otra. Es un hecho comprobado que el cerebro recuerda mejor las cosas que asocia con los sentimientos, por tanto, por qué no decir cuando hablemos de un libro: “Es fascinante porque me hizo llorar”, “me hizo sentir terriblemente miserable” o “por un momento pensé que el mundo dejaba de tener sentido”.

Creo que una buena metáfora sería el sueño. Los sueños no muchas veces se recuerdan al despertar, pero a veces prevalece en nosotros esa sensación de que algo bueno o no tan bueno nos ha sucedido en él. Mientras soñamos, el sueño es nuestra realidad y nos hace involucrarnos y sentir intensamente. Después, cuando despertamos sabemos que nada de eso ha sido real, pero lo que hemos sentido sí que lo ha sido, aunque sea provocado por una fantasía.

Con todo esto, no quiero decir que haya que renunciar a la parte más técnica o intelectual. Claro que no. De hecho, esa visión de la literatura viene sola (o puede no venir) tras haberse iniciado y haberle cogido el gusto a devorar páginas. Lo que creo que no debería hacerse es monopolizar todo el mundo literario y reducirlo a esta expresión, porque entonces se crea endogamia entre aquellos que ya leen y que están acostumbrados a valorar intelectualmente una obra, excluyendo a los profanos o a los no iniciados. Y los colegios tampoco lo hacen del todo bien, pero esto ya es otro tema. Leer no es una actividad de la que formar parte te tenga que hacer sentir miembro de un club exclusivo de gente seria y aburrida. Así jamás podremos fomentar la lectura, ya que todo el mundo tiene miedo al rechazo.

jueves, 2 de mayo de 2013

Los mundos sutiles

"Se canta lo que se pierde." Antonio Machado. La película Los mundos sutiles, del director Eduardo Chapero-Jackson recrea el universo de Machado, en una conexión entre éste y nuestro tiempo, evocando sus poemas a través de la danza.