martes, 4 de octubre de 2011

Diario de Soledad (I)

Un día más, que no un día cualquiera, sucedía y hacía avanzar, casi con lentitud rencorosa, las manecillas del reloj. La misma lentitud con la que los números cambiaban en los nuevos marcahoras digitales de los ordenadores o teléfonos móviles.

Había que intentar distraerse, y una parte de mi quería leer, pero la otra sólo estaba llorando, lamentándose de todo y echando de menos por adelantado imágenes bellas que jamás volverían a repetirse. En el fondo un regusto amargo de pensar que quizás podía haberse visto venir, que nunca fue algo seguro y tendría que haberse andado con pies de plomo. También había decepción, de parecer no haber significado nada. Nunca hubo cartas de amor, ni rosas en la cama, ni ganas de gritar al mundo lo mucho que me amaba. Siempre ha sido algo que se me ha quedado pendiente. La gente ha cogido manía a esos pequeños gestos, incluso a veces yo me siento partidaria de renegar de ellos tachándolos de cursis. Sin embargo, en el fondo, soy la primera a la que un simple “Nick” en el Messenger o la exhibición de una foto juntos le haría ilusión. O incluso que su familia hubiera sabido de mi existencia. Pero no… ¿Por qué conmigo no? Me duele pensar que a pesar de haber dejado huella, no parezca haber sido tan importante. Seguro que la gente de fuera piensa que estaba destinado al fracaso, que él había cambiado. Seguro que piensan que por mi culpa se volvió frío, distante, se alejó de cierta gente, dejó de ser cariñoso. "¡No, no, no! ¡Yo no he hecho nada! ¡No le entendéis!" Pero la gente me ignorará, y a veces ni siquiera yo creeré mis propias palabras.

Acabo de recordar la Nochevieja, y lo importante que fue empezar el año deseando muchos años más juntos mientras nos tomábamos unos ricos bombones en lugar de las tradicionales uvas. Años que jamás llegarán. ¿Será verdad que no tomar uvas trae mala suerte? ¿O es que no debería haber pedido en tantas ocasiones el mismo deseo? Puede que se anulen… Al menos, sería una explicación que me ahorraría disgustos futuros.

Pero todo esto no tiene más vuelta de hoja. Reconozco en él un alma afín, y ha dicho un “basta” y un “ya nunca más”. Y sé que se cumplirá, que se mantendrá, porque a pesar de ser más inestable en sus decisiones que yo (al menos en lo que al pasado respecta), sé que cuando dice ese “basta”, lo dice para siempre, como yo lo he dicho alguna vez en la vida en ocasiones pasadas. Pero porque siempre tenía quejas, porque no era lo que buscaba, pero esto hubo un tiempo en que parecía tan perfecto…

Es inútil esperar y sin embargo quiero hacerlo. No va a ser lo mismo, y no sé si podré verle de otra forma o me consumiré día tras día como aquel verano pasado en el que cada día bebía el amargo veneno como si de un medicamento repugnante se tratara, aguantando 6 meses, medio año, intentando olvidar… Para después renovarme con fuerzas infinitas, como si esa época de olvido jamás hubiese existido. Mi corazón nunca le olvidó, y no le olvidará, lo sé. Mi alma y la suya fueron una, pero ya no lo serán más, y desde entonces estaré incompleta.

Y moriré sola, lo sé, porque he perdido al hombre de mi vida. Dicen que cuando llega ese amor de tu vida lo reconoces. Y yo lo reconocí. Estaba conmigo, pero se fue… Solo me queda esperar que acabe en un lugar mejor. No puedo sino desear que, al menos, él pueda llegar a ser feliz. Al fin y al cabo, en cuanto a mí… daría mi vida por él sin dudarlo un solo instante. Qué menos que seguir siendo su hada madrina, su ángel de la guarda, aunque me muera de envidia cuando no sea yo la persona que le haga feliz y malgaste mi vida sin pasar página, releyendo el mismo pasaje del cuento… intentando hacer feliz la suya.

De pronto, estoy desabrochándome las zapatillas. ¿Dónde estoy? ¿Qué estoy haciendo? Lo recuerdo, tengo que bailar. Eso se supone que me gusta. "Todo está bien, aún podemos respirar" me dice mi yo interno hablándome. Vaya, que despistada soy, se me olvidó hacer el doble nudo en la zapatilla izquierda.

Acabaré volviéndome loca, si es que no lo estoy ya.

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