lunes, 29 de agosto de 2011

La Venus del páramo

El barro de la ciénaga engullía pies y pantorrillas. La venus pálida y ocre luchaba en vanos intentos por alcanzar la orilla, por cruzar el páramo, pero jamás podría salir de aquel charco denso que la atrapaba y la inmovilizaba, engulléndola con más ímpetu cuanto más se esforzaba ella por salir.

La belleza de la venus quedaba tapada por lodo color tierra mojada que, espeso, escondía sus curvas de diosa. De bella diosa enlodada. ¿Y cómo podía ser ella la más bella, la más dulce, la más dichosa… Si todo lo que le rodeaba no era más que espantoso y horrendo fango?. Ni aunque su faz fuera grotesca, sus carnes fueran flácidas, sus movimientos fueran torpes y su voz ronca, podría jamás dejar de ser la bella Venus del páramo solitario. Del páramo solitario.

¿De qué sirve la belleza, la ternura, la firmeza de la carne, la melodiosa voz y los gráciles movimientos sino para hundirse cada segundo más con ellos en el codicioso lodo? ¿Quién recogerá el legado de la bella Venus cuando perezca su cuerpo? ¿Merecerá acaso tal título? ¿Es Bella, la solitaria Venus, diosa de la ciénaga olvidada?

¿Quién llorará su muerte? La muerte de la Bella Venus del páramo solitario. Del páramo solitario.


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