viernes, 11 de marzo de 2011

Anécdotas del día a día - 10/3

Sin que se me tome a malas, hoy voy a contar un suceso curioso que he observado en el bus. A pesar de mi falta de buena memoria, lo cual a veces me desespera en exceso, puedo presumir de ser buena observadora en ciertas ocasiones. Suelo saber imitar la forma de hablar/escribir de ciertas personas, así como hacerme pasar por dichos sujetos. Puedo adivinar por los gestos y ademanes cómo es una persona (al menos la parte superficial de su personalidad). A veces las intenciones o pensamientos también quedan expresados en la cara o los gestos, para los cuales también tengo ojos analíticos. Evidentemente todo esto, suponiendo que un sujeto cualquiera despierte mi atención. Como suelo estar pensando en mis cosas y mirando a ninguna parte, podéis estar tranquilos, esto merma mi cualidad antes citada en un 80%, lo cual hace que haya perdido mucha práctica. A no ser que me despierte interés.

Ayer jueves, volviendo en bus desde Renfe a mi casa, a las 10 de la noche de una charla en Orihuela, se dió la casualidad de que me senté justo detrás de tres hombres, que hablaban bastante alto al principio y reían. Hasta aquí todo normal, yo miraba por la ventana sin más. Lo que llamó mi atención fueron los gestos algo exagerados pero naturales, del hombre de los tres que estaba sentado sólo en la fila anterior a la que estaba delante mía. Al principio me pareció que sería algo que hacía normalmente, que no quería decirlo y lo expresaba con gestos. Sin embargo, había algo raro en todo aquello, puesto que si quieres decir algo en bajo, tampoco quieres que te vean gesticularlo. Vamos, supongo que es lógico y evidente.

Como no tenía nada mejor que hacer seguí escuchando la conversación, que trataba simplemente de los autobuses que les venían mejor a unos y a otros. Perdí el interés casi por completo y pensé que ponerme a escuchar conversaciones ajenas no es de mi incumbencia y pertenece a las vidas de gente que en principio ni me va ni me viene. Me puse de nuevo a mirar por la ventana. Al cabo de unos segundos escuché unos sonidos que si bien no podría decirse que fueran palabras, tampoco se podría decir que no lo fueran. Las describo como un sonido primitivo realizado por las cuerdas vocales, pero no ejecutadas correctamente. Eran más o menos entendibles, y provenían del hombre de los gestos, pero el volumen algo más alto del tono normal en el que habían conversado, volvió a llamarme la atención. Me seguí dando cuenta de que utilizaba gestos, o profería sonidos cortos y poco entendibles y que uno de los dos hombres que se encontraba en los asientos justo delante mía, le decía con palabras lo que el hombre de los gestos quería decir.

Era mudo. Pero no hablaba con el lenguaje de signos común (supongo que porque se entiende mejor con la gente de a pie con gestos fáciles de los que entendemos todos), lo cual me pareció de un mérito increíble. Realmente se entendía lo que quería transmitir, a falta de algunos detalles que el amigo se encargaba de comunicar al tercer pasajero.

Sin embargo, volví a escuchar aquellos sonidos... Cuestioné que fuera mudo puesto que en tal caso no podría vocalizar y emitir sonidos bastante parecidos a palabras. En tal caso, podría haberse solucionado. Sólo quedaba una alternativa... Igual era sordomudo, es decir: sordo, y mudo como consecuencia de no haber escuchado en su vida el sonido de las palabras, ni el sonido de sí mismo al pronunciarlas.

Me empecé a fijar ahora que la conversación había variado a una discusioncilla sobre si el Madrid le llevaba 7 puntos o 4 al Osasuna (si no recuerdo mal, maldita memoria xD).

Lo primero que advertí es que para llamarle la atención sobre la conversación cuando nuestro sujeto de estudio en cuestión volvía la cabeza hacia delante, su amigo de atrás utilizaba el contacto físico en forma de unos golpecitos con los dedos en el hombro del hombre, en vez de llamarle por su nombre o similar. Podría ser por no elevar el tono de voz, pero todo indicaba que estaba en lo cierto. Me fijé entonces en que tampoco reía sonoramente (claro, jamás había escuchado una risa...), que miraba fijamente a la cara a quien le estaba hablando, y creo advertir que a los labios, lo que indicaba con alta probabilidad que los leía, por eso entendía lo que los dos hombres le decían acompañado por unos pocos gestos.

Seguían enfrascados en que eran 7, ¡que no! que eran 4, ¡no, no, no! que eran 7, ¡segurísimo! cuando el amigo en cuestión va a sacar el móvil del bolsillo. La prueba de fuego. Era una llamada. Pero para alguien que no hubiera escuchado el tono de llamada, bien podría pensar que dicho amigo, picado por la discusión, iba a acompañar su argumento con una justificación (probablemente que lo tendría apuntado en el móvil o lo miraría en Internet). Mientras sucedía todo esto de sacar el móvil y mirar quién llamaba, observé con atención la cara expectante del hombre con una pizca de perplejidad e intriga. Hasta que el amigo descolgó y empezó a hablar, que fue el momento en el que el hombre realizó un gesto de "Ah bueno, que era una llamada. Bah, entonces no me interesa". Todo muy sobreactuado y exagerado, como se puede imaginar, lo cual resultaba divertido. Ver gesticular a este hombre era entretenido.

Curioso, pues, ahora que conozco la causa de tal conducta, el reflexionar sobre las palabras que casi puede pornunciar. El cómo hablar sin escucharse a uno mismo, cómo emitir sonido sin haberlo escuchado jamás. Y por lo que pude observar, de manera bastante acertada.

Eso sí, es un criticón con ganas. A cualquier persona que pasaba por su lado en el bus o que veía y le llamaba la atención, mala cara que le ponía. Una señora por su chaqueta hortera (que lo era, pero tampoco es como para tomarlo como tema de conversación), y los grafittis que poblaban las paredes y las persianas cerradas de los comercios de la Calle San Vicente. Se mostró realmente molesto e intolerante, pues acabó dando a entender que le resultaban poco menos que abominables. Me tomé a exagerado también cuando se pasó el pulgar por el cuello de un lado a otro. Pero seguía hablando con el pasajero tercero, mientras su amigo hablaba por móvil y acabó explicándole su solución: su gesto fue de corte de oreja. Casi me pareció escuchar posteriormente el "¡y verás cómo ya no lo vuelve a hacer más!". Creo que prefiero para este tipo de cosas las palabras, estoy más acostumbrada a ellas. Me resultó más violento de lo que esperaba y un poco cruel. He oído cosas peores en el bus, por supuesto, pero las he oido, pero verlo es diferente, y más al exagerarlo...

Cortar salvajemente las orejas a los graffiteros que se les pille... lo veo un poco salvajada. Pero bueno, cada uno pensará lo que quiera... Graffiteros del mundo, advertidos quedáis si os encontráis con un hombre mayor sordomudo.

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