lunes, 26 de octubre de 2009

Conversación con un extraño

Voy a relataros mi historia ahora que me encuentro con capacidad de razonar sobre aquello que vi aquel día en el café “Réquiem”. Pero antes debo explicaros el porqué de mi acudida a ese lugar y el porqué de este porqué.

Pues bien, el café Réquiem es un lugar peculiar, no suele tener mucha clientela, pero sin embargo parece que prospera misteriosamente, y a este lugar acuden todo tipo de personas, pero todas con un rasgo común… silenciosas, como si no quisieran vivir más, deprimidas… como si la vida no tuviera sentido para ellas… incluso los dueños no parecen muy “llenos de vida”.

Aquel día sobre el que os voy a relatar me encontraba yo en ese estado descrito, deprimida y profundamente silenciosa, y cuando alguien está meditabundo, deprimido y silencioso, cualquier sitio le resulta profundamente irritante e insoportable… excepto el café Réquiem. Allí todos tenemos nuestros motivos para permanecer en el estado en que nos encontramos y nadie molesta a nadie, ni preguntan ni se interesan por tu estado, de tal forma que cada cual absorto en sus problemas y meditaciones se pasa el tiempo allí consigo mismo, consumiéndose en sus miserias y agobios, para resurgir de nuevo, o perecer allí. En el café no hay televisión, ni radio, ni música, ni billar… nadie lo usaría…

Habiendo descrito esto, ya puedo comenzar con el relato de lo sucedido. Me encontraba yo en una mesa, sola, con el único consuelo de mi taza de té humeante y reconfortante cuando hizo su aparición en el local un extraño ser encapuchado. Me refiero a él como “ser” porque no tuve oportunidad de advertir el más mínimo indicio de humanidad, ni siquiera masculinidad ni feminidad, un ser totalmente andrógino. Se sentó en la mesa de enfrente y pidió un café. Sentía su mirada fija en mí a pesar de que no advertía los rasgos de su cara. Pronto dejé de prestarle atención y seguí pensando en mi desdicha. Y esta desdicha era la inexistencia de motivación para la vida; había comprendido que nunca sería feliz, pues la felicidad nunca es pura como nosotros la imaginamos, siempre hay algo que por inercia vuelve hacia ti y arruina cada haz de luz que consigues divisar cuando eres feliz. Se dice que nadie es perfecto, pero deberíamos añadir que “nada” es perfecto tampoco. Yo había ganado el mayor puesto de trabajo al que pudiera haber aspirado en vida, y también poseía más dinero del que alcancé haber imaginado en mi juventud, y había conseguido el éxito con mis libros y mi música, pero fue entonces cuando ocurrió, como si lo hubiera producido un latigazo del destino… perdí a mis amigos y mi familia. No se exactamente cómo ocurrió, supongo que fruto del éxito, saltaron habladurías sobre mí, rumores… y jamás quisieron volver a verme. Empecé a pensar que no los necesitaba, que ya encontraría a otros, y yo sola me bastaba; pero no fue así. Al cabo de unos días sentí un vacío irremplazable, me sentí sola, salía a la calle, iba a distintos lugares concurridos con la intención de sentirme arropada, pero lo único que hacía era sentirme más sola aún. Después de unos días ese sentimiento se transformó en una ira irrefrenable, gritaba dentro de mi propia casa, arrojaba todo tipo de objetos contra el suelo y las paredes, pero enseguida acabé llorando desconsoladamente. Y finalmente me sobrevino un estado de sopor, como si todo lo de mi alrededor fuera un sueño, no fuese real… y yo tampoco.

En ese estado me encontraba en el momento de mi relato, intentando evitar la mirada de aquel ser, a pesar de que él no hiciera lo mismo… Le trajeron el café, pero no lo bebió, lo agarró con delicadeza, se levantó y sentó a mi mesa, enfrente de mí.
Nunca había visto a alguien como él, pero no sentí rechazo cuando tomó asiento, incluso puedo decir que quizás atracción, interés… consuelo. Fue entonces cuando habló:

- ¿Por qué estás aquí?
- Digamos que he ganado lo que quería, pero he perdido todo lo que amaba –le contesté-. ¿Y tú por qué estás aquí?
- Digamos que vengo por aquí a menudo –me dijo.

“Imposible”, pensé, “no creo que nadie soporte estar aquí mucho tiempo, a no ser que no tenga otro lugar en el que sentirse bien, y él no parece muy triste… ¿Por qué me atrae tanto? ¿Quién es este extraño y por qué deseo saber más de él?”

- ¿Y qué te trae por aquí? –quise saber.
- Sólo quería hablar… contigo, hablarte… sobre mi mundo.

Medité un segundo. No tenía la menor idea de por qué me conocía, y tampoco sabía el motivo de que quisiera hablar conmigo, la gente normalmente evita el contacto con los que parecen tristes. En esta sociedad, para ser tratado debidamente, tienes que sonreír aunque no estés alegre, debes aparentarlo. Intrigada por su respuesta, le seguí preguntando:

- Pero… ¿tú me conoces? ¿Qué sabes de mí? ¿Te conozco? ¿Quién eres?... ¿Cuál es ese mundo sobre el que hablas?
- ¿Por qué todos me preguntáis lo mismo? –dijo divertido-. Veamos, no se más de ti de lo que tú sabes de mí, y esto es que existo. Tú sabes que existo, y yo lo se de ti. Pero no te conozco, ni tú a mi tampoco, a no ser que vengas a mi mundo, entonces tus preguntas desaparecerán.
- Aún no me has dicho cuál es el mundo que dices.
- Paciencia. Veo que no crees mis palabras. Lo se, para ti sólo existe un mundo, pero cambiarias de idea si vinieras conmigo… ¿aceptas?
- No estoy muy segura, cuando te encuentras en mi estado no confías en nadie, ni siquiera me apetece viajar, y dudo que “tu mundo” me sorprenda. Háblame de él.
- Bien, por ejemplo… en mi mundo no hay discriminaciones, todos los habitantes son tratados de igual manera.
- Vaya… interesante, pero no me vas a impresionar sólo con eso.
- Lo se, sólo dejo que reflexiones sobre cada argumento que te doy. En mi mundo… reina la verdadera paz y la absoluta tranquilidad.
- Oh, vaya, pues en mi mundo la paz es imposible, y no existe el silencio absoluto. Tiene que ser aburrido tu mundo, ¿no?
- Ahora que lo comentas… un poco, pero la gente suele quedarse eternidades allí… -volvió a comentar como si con la conversación se estuviera divirtiendo sobremanera-. Además, apuesto a que te encuentras allí con alguien conocido.
- Ah, ¿y podré encontrar a mi familia y a los amigos que no me hablan?
- No, pero encontrarás a otros…
- Ni lo sueñes. Mira lo que te digo… en mi mundo hay discriminación, marginación, injusticia, pero hay alegría, risa, emoción, amistad… amor.
- Cualquiera lo diría viéndote a ti… En fin, contra eso no puedo competir, los sentimientos no son lo que se dice muy frecuentes en mi mundo –dijo, bajando la cabeza.

No contesté. En realidad no entendí muy bien lo que quiso decir, ni siquiera encontraba mucho sentido a esta conversación, pero no le di importancia. Me puse a pensar que por nada del mundo dejaría el lugar donde vivo, el lugar donde crecí y el lugar donde quería morir, con mis amigos y mi familia. El extraño ser pareció adivinar mis pensamientos y dijo:

- Entiendo, pero como bien sabes, no permanecerás en este mundo eternamente… en mi mundo podrás estar todo el tiempo que quieras. Pero aquí, cuando llegue tu hora no tendrás elección. Yo te doy ahora la opción de venir conmigo, no tener que esperar más.

“No tendré elección”. Seguí pensando en esas palabras y en todo lo que decía. “¿Por qué no iba a querer esperar? ¿Acaso quería desaparecer tan pronto?” Me sorprendió sobremanera formularme estas preguntas, era divertido, puesto que más parecían preguntas de alguien que estuviera replanteándose un… suicidio.

En ese instante, palidecí, y el extraño lo notó. Como antes, pareció conocer mis pensamientos y dijo:

- Veo que has descubierto la esencia del asunto que he venido a tratar contigo. Creo que ya has averiguado quién soy, y te das cuenta de que no sabes nada de mí excepto lo que te acabo de contar, los únicos que lo saben están en mi mundo, son aquellos que has perdido alguna vez, y que sólo volverás a ver cuando vengas conmigo, aunque si lo prefieres siempre puedes visitarles antes…
- ¡NO! –me levanté de un salto de la silla, aunque nadie pareció darse cuenta de mi reacción-. No quiero ir contigo, y no lo haré hasta que no me quede otro remedio, porque quiero vivir, quiero recuperar a mi familia y a mis amigos, quiero escuchar el mar, y sentir el viento, ver toda la belleza natural y artificial creada por la humanidad, deleitarme con ella y aprender muchas cosas.

Volví a sentarme más relajada, y vi que el extraño ser llevaba un colgante con un Ankh egipcio, símbolo milenario de la inmortalidad, y comprendí que me encontraba de verdad hablando con quien acababa de imaginarme. Ya no me atraía su presencia, deseaba resistirme a él, deseé que se marchara…

- Bien, veo que ya no me necesitas –dijo, levantándose-. Has aclarado tus ideas, tomado una decisión, y yo ya no tengo ningún deber contigo… Nos volveremos a ver... seguro –se despidió.

Le vi sentarse en otra mesa con otro cliente, hablar con él un buen rato, y les vi marcharse a ambos, finalmente, cogidos de la mano. “Buen viaje” –susurré, sabía que lo escucharía, y vi como se giró y me pareció advertir una sonrisa debajo de su misteriosa capucha.

Después de meditar un rato, me parecía estúpido seguir permaneciendo en aquel café, sola, perdiendo el tiempo. Así que me levanté, pagué en la barra el té que me había tomado, y con ello no me di cuenta de que estaba sonriendo, y la camarera me devolvió la sonrisa, y nuestras dos sonrisas habían sido las más sinceras del mundo. Sin saber por qué supe que la camarera también había conocido a aquel ser tan extraño al que en este mundo llamamos “muerte”, y se alegró por mi felicidad. Supe que ella también estuvo al borde de marcharse, pero se negó, como yo. Pronto sentí una extraña confianza en la camarera, al compartir aquella experiencia tan íntima con ella.

En cuanto salí del café, ya no me sentía desgraciada, ni deprimida, ni silenciosa. Volví a escuchar el canto de los pájaros, tan bello… a sentir el viento azotando suavemente mi piel, traía unos aromas tan embriagadores… y por último contemplé un edificio antiguo camuflado entre los demás edificios bajos de dos o tres pisos de la zona. Era un edificio de estilo victoriano, muy elegante y antiguo, y me asombró su belleza, y cómo fui tan enormemente cautivada por su sutil elegancia. En su balcón había un cartel rotulado con un número de teléfono en el que se podía leer: “Se vende”. Aquél sería mi hogar en adelante, porque su belleza tan arrebatadora me producía una sensación de equilibrio interior.

Cuando llegué al lugar donde solía residir, cogí el teléfono y llamé a mis amigos y a mi familia. Hablé con ellos sobre los rumores que corrían, que nos habían separado, los desmentí por completo, me sinceré del todo, abrí mi corazón y mis sentimientos a ellos... y todo volvió a ser como antes. La sinceridad con la que había abierto mi alma para suplicarles disculpas por el malentendido fue tan pura, que no dudaron de mi verdad.

En ese momento pude divisar la felicidad absoluta, aunque no por mucho tiempo. Como comenté unas páginas atrás, no podemos ser completamente felices. Fue entonces cuando aconteció lo siguiente. Recibí una llamada del banco, se había producido un robo, había sido víctima de una estafa, y mi dinero despareció. Me cabreé un poco, pero me importó lo suficiente como para hundirme de nuevo, pues tenía trabajo, y a mi familia y mis amigos, eso era lo que más quería. Mi nuevo hogar en el edificio victoriano tendría que esperar un tiempo. ¿Y qué más da eso ahora?

Esta es la historia de aquel día que supuso un punto de inflexión. La vida se compone de malos y buenos momentos, pero existe un equilibrio que impide que alguien sea completamente feliz o infeliz, puesto que la realidad se detendría en ese caso. No puedo cabrearme, ahora que he comprendido esto. He pasado el túnel oscuro y he vuelto a ver la luz, pero la luz produce sombras, al igual que el túnel al estar abierto, posee una oscuridad relativa. Porque no hay luz sin oscuridad… porque necesitamos ambas para proseguir, y ambas nos enseñan a seguir, a continuar, a no rendirnos. Ya sabes lo que dicen: Después de la tormenta viene la calma.


1 comentario:

  1. Muy interesante el cuento, lei uno similar hace tiempo, pero he de decir que el tuyo me ha gustado mas. Como ya sabras, escribes muy bien.
    Un abrazo

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