Hace (eones) años que no escribo. No escribo como antes. Lo achacaba a la falta de tiempo y de eso que se suele llamar “inspiración”. A ver, tengo que ser completamente sincera. Lo único que he escrito son resúmenes de formaciones que recibí durante el año que estuve en la farmacia. Aburridos, planos, científicos, esquemáticos. Ya sabéis, lo que implica la palabra informe.
Luego ya con tinte más relajado, he escrito en el blog profesional. Ese que me he hecho a modo de marca personal, siguiendo las nuevas tendencias que dicen que hay que ser visible en redes sociales no solo en profesiones relacionadas con la comunicación, sino en este caso, también para las profesiones sanitarias. Pero al fin y al cabo, seguía siendo otro artículo de índole laboral. Que a ver, está bien… Y para escribir sobre salud o ciencia no hace falta ser buen literato, sólo usar las palabras adecuadas según el público (más o menos tecnicismos) y usar un par de buenos conectores de párrafos. Hacerlo ameno, entretenido, esquematizado, breve y con información útil. Si la información es buena y está expuesta de manera clara, no hay criterio subjetivo. Puedes decir que has hecho una buena entrada de blog. Pues bien, aún así, resulta que el estilo expositivo no es mi fuerte. Supongo que aún tengo que perfeccionarlo. Pero dentro de mí, me repugna quedarme en la superficie y no ser yo la que habla. No es mi voz, es información casi despersonalizada -si acaso este término existe-.
Lo siento, sigo hablando de mí: Debo admitir que mi prosa es más intimista. No puedo evitarlo. Tienen que haber tintes autobiográficos, intensos y egocéntricos en mis escritos. Esto no es ni bueno ni malo, supongo. Simplemente, es mi voz. Soy lo suficientemente narcisista como para pensar que hablar de mí puede tener alguna importancia, y para sentirme liberada exponiéndome a los demás de esta forma, en vez de caer en la ficción. Eso no me libra de auto-juzgarme duramente, como tiendo a hacerlo en la vida real. Digamos entonces que mi narcisismo no cae en la idolatría.
Bueno, y ayer me di cuenta -realmente es esto lo que me ha llevado a escribir- que dejé la escritura porque se me pasó el drama. Sí, así de sencillo. Es decir, se me pasó la adolescencia, como a todos o casi todos, supongo. Y no habiendo razón para dramatizar, me resulta superficial y poco estiloso escribir sobre banalidades y ¿alegrías?. Ni siquiera se me ocurre alguien a quien le haya quedado bien escribir sin tener algún tinte de tormento. Me parece asquerosamente falso ir de “intensita” por la vida, haciendo drama de cualquier reflexión pseudoexistencialista cuando no, no tiene profundidad ninguna. Y lo sé, y el lector lo sabe. Es más, quizá haya gente que podría tener la capacidad de usar el drama autobiográficamente de verdad y seguramente no lo hace. Hacia dónde me creo que voy yo diciendo que mi vida es una mierda cuando no tengo ni idea de lo dura que puede ser la vida para alguien. De hecho, miro hacia mi interior y sé que mi vida no es una mierda.
A propósito de esto leí el término de “intensitos” por internet en un artículo de opinión que criticaba esta nueva oleada de jóvenes atormentados y autoproclamados “enfants terribles” del siglo XXI cuyo mayor drama es quedarse sin datos para subir su dramático foto con filtro Valencia a Instagram junto a un haiku igual de dramático. Oh, qué incomprendidos son. Cuántos corazones rotos (ni que fueran los primeros en la historia). Qué sociedad tan cruel que les excluye del mercado laboral. Una sociedad que te dijo: Estudia lo que te guste y podrás trabajar de lo que te haga feliz. Y nos mintieron. Nos infantilizan y no nos dejan hacer carrera laboral por miedo a que nuestra falta de experiencia lleve al traste los proyectos ya asentados. Ay de nosotros, que creíamos que tras estudiar íbamos a salir a comernos el mundo y resulta que la experiencia no está en los libros y que encontrar un puesto laboral tras estudiar periodismo y bellas artes es como ir tras el santo grial.
Para compensar, mientras, bebemos los fines de semana y pasamos nuestro rato viendo series y leyendo tuits. Estamos dejando de actuar y alienándonos, convenciéndonos con los argumentos que nos han repetido hasta la saciedad de que los mayores tienen razón y que nosotros no sabemos pensar. Sí y no. No sabemos pensar porque la era de la información nos lo da todo y nos da tanto que no podemos digerirlo ni hacernos una opinión propia (y qué decir de desarrollarla argumentativamente). Y sí que podemos porque internamente tenemos las capacidades y el potencial de salir ahí y explotar, triunfar y de aprender a un ritmo más que suficiente como para superar a nuestros predecesores en unos 5 años. Pero no, nosotros a malgastar nuestro tiempo escribiendo tuits graciosos, leyendo sólo los titulares de las noticias y venga a actualizar timelines de redes sociales para deslizar con nuestro dedo la pantalla frenéticamente como si no tuviéramos otra cosa en la vida.
Pero claro, de pronto, qué intensos somos, qué malo es el mundo. Me he leído a Rimbaud, mira qué poeta soy y cómo hago verso libre tabulando los párrafos progresivamente haciendo formitas porque soy muy contemporáneo y nadie entiende lo profundo de mi arte...
En fin. Es ilícito usar el drama para esto. Y eso es lo que siento yo. Si me dejara llevar podría seguir escribiendo en mi línea de antes. Sin embargo, en vez de parecer una adolescente rebelde, parecería una ridícula hipster gafapasta dentro del subgénero antes mencionado de “intensita”. Pero me alegro de haberme formado una capacidad autocrítica y un pensamiento amplio que me evite caer en lo que no quiero ser. Aún así, es difícil nadar contra corriente. Es muy complicado encontrar tu propia voz sin odiarte porque por mucho que me empeñe en despreciar a esos, yo soy de su misma generación y mis vivencias, tan similares a las suyas, no me van a llevar a otro output que uno del mismo estilo al que critico, a ese victimismo ilícito. ¡Porque las circunstancias personales son, si no las mismas, similares!
Sin embargo, siempre vuelvo, vuelvo a mí. Porque resulta que he caído, que ya no leo como antes. La era digital ha acabado con mis hábitos de lectura. Con mis hábitos de escritura. El individualismo me lleva a tomar como centro mi propio yo... No puedo hacer ficción. Puedo hacer diario, o autobiografía. Y como no emplee la mentira o la exageración… No tengo nada profundo que contar que merezca la pena ser contado.
Esa es mi vida.
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