Para poneros en
situación os diré que estaba dando un paseo por la Fira de Tots Sants en
Cocentaina. Aparte de ser una feria en la que muchos comercios o empresas
tienen la oportunidad de anunciarse o presentarse, hay una gran zona, por la
parte antigua de la ciudad, que sigue más la estética de mercado medieval. Se
sabe que la gente que transita estos mercados va haciendo una especie de gira
de pueblo en pueblo donde monta sus puestos y vende artesanía o bienes no tan
artesanos, comida casera... y hierbas terapéuticas y demás remedios
“naturales”.
No he podido
evitarlo y seguro que habréis pillado al vuelo ya sobre qué voy a hablar. Pues
bien, paseando me pararon en un puesto por si quería probar unas sales
exfoliantes (no recuerdo cómo se llamaban pero eran como unas sales de baño
pero que servían para exfoliar la piel) con olor a limón que te dejaban la piel
suave, hidratada, etcétera. Me dije: ¿Por qué no? Vamos a ver cómo funciona
esto, por simple curiosidad. Estuve escuchando como el chico me guiaba en el
proceso y me soltaba el rollo que tendría ya aprendido casi de memoria sobre
las buenas propiedades de sus sales maravillosas. No tenía intención ninguna de
recriminarle nada, sólo escuchar y valorar con actitud crítica los productos
que se suelen vender a cualquier público y el cómo lo venden. Una curiosidad
que cualquiera del gremio podría ostentar, vaya.
Pero llegó el
momento en que mis acompañantes se dieron cuenta de que me quedaba atrás y
retrocedieron. Sin mala idea pero desconociendo mis planes de anonimato,
entraron en juego. Primero un amigo más escéptico me delató diciéndole al
hombre que yo sabía de lo que hablaba puesto que era farmacéutica. La reacción
del chico, sacado ya de su zona de confort en la que sólo se limita a repetir
el rollo, fue un tanto brusca, callándose en seco y respondiendo enseguida que
esto no era como los medicamentos porque era «natural». Al parecer se vio
ofendido por el comentario, o intimidado, porque corrió a defenderse ante mi
amigo. Sin embargo yo seguía callada y supongo que ante la palabra natural
algún músculo facial se me debería mover. Ya tardaba en salir.
Luego intervino
otra amiga, no sé si en defensa mía, contradiciendo al comentario de mi amigo
escéptico o poniéndose de parte del hombre a modo de conciliación. Dijo que sí,
que era farmacéutica pero que estas cosas me gustaban o me iban o no sé qué
dijo exactamente ni qué quiso decir. Parece ser que la gente me conoce mucho y
puede opinar sobre lo que yo pienso y dejo de pensar sin preguntarme primero ni
dejarme opinar. El caso es que aquí hablaba todo el mundo sobre mí menos yo. El
chico siguió enfrascado en su gesta anti-fármacos dando argumentos que nadie le
pedía y se montó una algarabía alrededor mío que no favorecía mucho mis planes.
Eso sí, me lavaron las manos con agua calentita como parte de la prueba del
producto (mmm, agua calentita...).
Pensando que
debía intervenir, me decidí por ser ambigua y entre los intercambios de
opiniones dije algo así como: Bueno, cada cosa tiene su lugar... (que es realmente lo que creo, con matices claro).
Fue un rato
incómodo hasta que se suavizaron las opiniones y el tratamiento con sales
terminó. No se volvió a sacar el tema ni el dependiente se dirigió a mí
personalmente para dialogar sobre aquello. Siguió con sus instrucciones
memorizadas.
Pero sin duda el
momento más incómodo fue cuando después de acabar, asentí con la cabeza como
dando aprobación a la suavidad de mis manos, me despedí del chico y me fui sin
comprarle nada. Seguramente el chico tendría las mejores intenciones del mundo
y no se le puede culpar que desconozca ciertas cosas. Hizo buen trabajo
mientras me guiaba en el proceso, pero desde el principio no había tenido
intención de comprar nada y no lo iba a hacer por pena.
En próximas entradas terminaré de matizar esta experiencia con algunas observaciones sobre la venta de remedios ambulantes y el concepto de "natural" y hasta qué punto ha calado tanto en la sociedad.